viernes, 12 de septiembre de 2008

Sobre el 9 de septiembre: Mercè Rodoreda


“¿Pero de verdad queréis hablar todo el rato de símbolos, en vez de sobre lo bien que escribía esta mujer?” La reunión dedicada a La plaza del Diamante tomó unos derroteros distintos a lo que esperaba quien la propuso (qué raro). “El palomar es un símbolo de la República. Todo coincide, con Quimet, prosperan juntos, van decayendo a la vez. Y para rematarlo, el segundo marido de Colometa, a quien tan bien le va con ‘el régimen’, es estéril e impotente, ¡no puedo creer que sea casual, eso tiene que significar algo!” Naturalmente, no todos estuvimos de acuerdo.

Como La plaza del Diamante es la novela de un personaje, la Colometa-Natalia se llevó la mayor parte de la jornada. “Personaje artificioso”, eso seguro, (“el ocultamiento continuo de sus opiniones es excesivo, el artificio llega demasiado lejos”), ¿y qué? “Para qué tratar de entenderla, tan sólo hay que seguirla”.

¿Y Mercè Rodoreda? Una mujer torrencial, difícil, enigmática. “De todas sus novelas, sólo han perdurado las que escribió con más de 50 años”. ¿Extraño? Como ella decía, esa vida extraordinaria tuvo que vivirla a la fuerza. Había que superarla. Y escribir seguramente fue un refugio, aunque hubo otros. Como Romanyà, por cuyos caminos, como explicaba la autora en el prólogo a Espejo roto, se imaginaba paseando y charlando con sus personajes. Y algo más. La reunión se cerró con una sorpresa, un hecho por ella misma confesado: Rodoreda era esoterista. La muerte y la primavera, la novela que se publicó inconclusa y póstumamente: “Eso sí que es simbolismo”.

¿No os habéis quedado con ganas de más?

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