miércoles, 2 de mayo de 2012

8 de mayo: De carne y hueso


Que levante la mano quien no haya leído El lobo estepario, Siddhartha o Demian, que levante la mano quien no haya sido adolescente. Recordamos a uno de los novelistas más influyentes de la historia a través de una de sus obras menos conocidas: la autobiográfica En el balneario.
La obra se abre con una cita de Nietzsche: “La ociosidad es el comienzo de toda psicología” y un prólogo en defensa propia: “Al convertir la mentalidad personal de mi edad y mi condición de enfermo de ciática en un tipo, en una norma general, al dar la impresión de que no hablo únicamente en mi nombre, sino en el de toda una generación y una edad determinada, soy plenamente consciente, al menos por unos momentos, de que es un craso error […] No me dejo robar el placer de considerar «correctos» y justificados mis pensamientos e ideas, pese a que el mundo circundante intenta sin cesar convencerme de lo contrario; no me importa tener contra mí a la mayoría, y me inclino más a darme la razón a mí mismo que a ella, como en el caso de los grandes poetas alemanes, a quienes no respeto, amo y utilizo menos porque la gran mayoría de alemanes actuales haga lo contrario y prefiera los cohetes a las estrellas […] Y mientras yo, pequeño poeta actual, emprendo la tarea de esbozar la estancia en un balneario, pienso en las muchas docenas de viajes y excursiones a balnearios que han sido descritos por autores buenos y malos, y pienso con embeleso y veneración en la estrella entre todos los cohetes, en la moneda de oro entre todos los billetes de Banco, en el ave del paraíso entre todos los gorriones, en el viaje al balneario del doctor Katzenberger; pero no por ello permito que este pensamiento aleje a mis cohetes de la estrella y a mis gorriones del ave del paraíso. ¡Vuela, pues, gorrión mío! ¡Asciende, mi pequeña cometa!”
A su llegada a Baden, y antes de vérselas con el doctor, se enfrenta el autor a un primer dilema, la elección de su dormitorio: 
Así pues, la elección de un dormitorio es para nosotros una empresa en extremo delicada, importante y hasta casi imposible, hay que pensar en veinte cosas a la vez, en cien posibilidades. En una habitación hay armario de pared, en otra hay calefacción, en la tercera, un tocador de ocarina puede ser la fuente de sorpresas acústicas. Y como se sabe por experiencia que en ninguna habitación del mundo es posible determinar la existencia de la tan ansiada paz que nos garantice el sueño, como la habitación de aspecto más tranquilo puede ocultar sorpresas (¿acaso no había vivido ya en un solitario cuarto para la servidumbre en el quinto piso, a fin de asegurarme de que ningún vecino alteraría mi paz, para encontrar, en vez de un ruidoso coetáneo, una buhardilla infestada de ratas?), ¿no sería mejor acabar renunciando a toda elección, tirarse sencillamente de cabeza en brazos del destino y dejar decidir a la casualidad? En lugar de atormentarse y afligirse, sólo para rendirse a lo inevitable pocas horas después, triste y decepcionado, ¿no sería más inteligente dar carta blanca al ciego azar y aceptar la primera habitación que nos ofrecen? Sí, no hay duda de que sería más inteligente. Sin embargo, no lo hacemos, o lo hacemos muy raramente, porque si la inteligencia y la evitación de emociones dirigieran todos nuestros actos, ¿cómo sería nuestra vida? ¿Acaso ignoramos que nuestro destino es innato e inescapable, y pese a ello nos aferramos esperanzados a la ilusión de la elección, del libre albedrío? ¿No podría cada uno de nosotros, cuando elige al médico para su enfermedad, su profesión y lugar de residencia, su amante o su novia, dejarlo todo, tal vez con mayor éxito, a la pura casualidad, cuando, por el contrario, opta por la elección y dedica a todas estas cosas gran cantidad de pasión, de esfuerzos, de inquietudes? Quizá lo hiciera ingenuamente, con entusiasmo infantil, creyendo en su poder, convencido de que puede influenciar al destino; pero también es posible que llegue a hacerlo con escepticismo, profundamente convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, pero igualmente convencido de que la acción, las ambiciones, la elección y el sufrimiento son más hermosos, vibrantes, decorosos o al menos divertidos que no inmovilizarse en una pasividad resignada. Pues bien, del mismo modo actúo yo, demente buscador de habitación, cuando pese al profundo convencimiento de la inutilidad y absurda insensatez de mi proceder me enfrasco cada vez en largas negociaciones sobre la elección de mi cuarto, investigando concienzudamente la cuestión de vecinos, puertas, puertas dobles, y todo lo imaginable. Es un juego, un deporte para mí el entregarme cada vez en esta cuestión insignificante y vulgar a la ilusión y a ficticias reglas de juego, como si asuntos de esta índole merecieran una actuación lógica. Mi comportamiento es tan inteligente o tan insensato como el de un niño al comprarse golosinas o el de un jugador que basa sus apuestas en cálculos matemáticos. Sabemos perfectamente que en tales situaciones estamos en manos de la casualidad, y ello no obstante actuamos, por profunda necesidad espiritual, como si la casualidad no existiera y todo en este mundo dependiera de nuestra razón y nuestro gobierno.
                                                                     Herman Hesse, En el balneario

Más sobre Hesse en:
  • Portal Hermann Hesse. Este Portal, creado por una caja de ahorros de Baden, se presenta como la oferta de información en línea más completa sobre la persona, la obra y las repercusiones de este premio Nobel, “uno de los poetas de idioma alemán más conocidos y queridos en todo el mundo”.