lunes, 16 de febrero de 2009

Sobre el 10 de febrero: Clarice Lispector


Atónitos acudimos todos con La hora de la estrella bajo el brazo, seguros de que habíamos vivido una experiencia al leerla, pero sin saber exactamente cuál. Dos horas después, volvimos a casa con la sensación de haberla comprendido al menos un poquito: “Es el primer libro de esta mujer que he logrado terminar. No lo he pasado bien leyéndolo, de hecho no debería haberlo leído en público porque ponía unas caras… No lo he pasado bien, pero reconozco su valor literario. Es un trabajo suculento, un juego literario narrador-personaje, con dos niveles que se van encadenando y tiene mérito que la autora logre que puedas seguirlos en todo momento.”
Comenzamos comparando La hora de la estrella con otra novela de Lispector, que había leído la novelante que propuso a esta autora y la encontró más difícil de leer (¡¡todavía!!) que ésta: “En La pasión de GH los personajes son más vacíos, están menos desarrollados y hay muy poco argumento, lo que importa es cómo está escrito y lo que te hace pensar”.
En La hora de la estrella sobresale un personaje, la norestina, aunque sepamos pocas cosas sobre ella, “sólo la ves pasando por la vida sin llamar la atención” y aun así resulta “rico y entrañable”. Te conquista porque sabes, entre esas pocas cosas, que “cuando era niña, como no tenía a quien besar, besaba a la pared”. Por no saber, no sabes ni cómo se llama hasta que la conoce ese “terrible” novio suyo, Olímpico. Y suena un tanto a “pitorreo” que sólo entonces sepas su nombre, Macabea, un nombre que parece, según Olímpico, una enfermedad de la piel.
¿Se está quedando Clarice Lispector con nosotros? Esta pregunta planeó sobre la sesión. Explícitas sonaron: ¿A qué vienen esas “explosiones”, qué quieren decir? ¿La “explosión” es una llamada de atención? Nosotros no fuimos los únicos que nos lo preguntamos y parece ser que Lispector jamás quiso aclararlo. ¿Y ese narrador omnisciente “tan extraño”, por qué sabemos más sobre sus sentimientos que sobre los de Macabea? ¿Por qué es un hombre, si no puede ser otro que la autora?
Efectivamente, de Macabea pasamos al narrador. “Ha sido una experiencia leer esta novela, estamos tan acostumbrados a buscar al autor cuando leemos y en ésta, sin embargo, se desnuda ante nuestros ojos”: dice estar frotándose las manos para calentárselas mientras busca las palabras para hablar de un personaje, Macabea, de quien confiesa saber poco, pero cuanto le gustaría poder cuidarlo, arroparlo.
¿Conclusión?: “Esta novela es un canto a Brasil, una mujer de familia acomodada denuncia la miseria en el país, pero sin haber podido llegar a conocerla, porque sólo la vive como espectadora”. ¿Cómo interpretar si no ese “poema” que abre la novela?: “La culpa es mía”… “El derecho al grito”… “Ella no sabe gritar”… “Historia lacrimógena de cordel”. En este último “verso” podríamos encontrar la respuesta a una de aquellas preguntas que nos habíamos hecho, por qué opta por una figura masculina como narrador: seguramente es una ironía, uno de esos fogonazos de humor desperdigados por la novela, como los diálogos de besugo de Olímpico y Macabea o sus faltas de mecanógrafa escritas en modo (sic). “A saber cuántas veces tuvo que enfrentarse a la incomprensión y la burla entre sus contemporáneos por consagrarse a la literatura”, ella, una mujer.

2 comentarios:

MidnightAllDay dijo...

Estupendo resumen, como de costumbre, de la señora moderadora.

Anónimo dijo...

Gracias por vuestras aportaciones que, personalmente, me proporcionan momentos fantásticos.