lunes, 5 de enero de 2009

13 de enero: Sexo y drogas en la Costa Este


A partir de la experiencia vivida durante la II Guerra Mundial, Norman Mailer escribió su primera novela, Los desnudos y los muertos, que le dio fama internacional. Convertido, para siempre, en un personaje, se dedicó a remover conciencias: unos pocos datos de su biografía revelan una vida tan provocadora como su obra. Casado seis veces, apuñaló a su segunda mujer con un cortaplumas durante una fiesta, fue arrestado por participar en manifestaciones contra la guerra de Vietnam, aspiró a la alcadía de Nueva York para intentar la secesión de la ciudad como Estado número 51, apoyó hasta lograr su liberación a un asesino condenado, que cometió un nuevo asesinato nada más salir de la cárcel… Mailer vivió sus últimos años en Provincetown, Massachussets, y en ese lugar se ambienta Los tipos duros no bailan:
Sólo recuerdo que caminé hasta el extremo más alejado del pueblo, hasta donde se alza la última casa, justo en el lugar de la playa donde los Padres Peregrinos desembarcaron en América. Sí, porque no fue en Plymouth, no, donde lo hicieron, sino aquí.
¡Cuántas veces me he imaginado la escena! Tras cruzar el Atlántico, la primera tierra que vieron los Peregrinos fueron los farallones de Cape Cod. En esta costa el oleaje, al romper, alcanza con facilidad una altura de tres metros. En los días que no sopla el viento hay un peligro todavía peor: los veleros pueden ser arrastrados por la fuerza de las mareas hasta encallar en los bajíos. En la costa de Cape Cod la causa de los naufragios no son las rocas, sino las arenas movedizas. ¡Qué profundo terror debió de invadir a los Padres Peregrinos al oír el incesante golpeteo del oleaje al romper! ¿Quién osaría acercarse a aquella costa con barcos como los suyos? Viraron al sur, pero el blanco arenal desierto se mostraba implacable: ni seña de una rada. Sólo playa y más playa. Así que pusieron rumbo al norte y, tras un día de navegación, advirtieron que la costa giraba hacia el oeste y seguía curvándose hasta tomar la dirección del sur. ¿Qué sorpresas depararía aquella tierra? Navegaban hacia el este y habían recorrido ya las tres cuartas partes del camino que siguieron antes hacia el norte. ¿Estarían circunnavegando una oreja de mar? Doblaron la punta, y echaron el ancla a su abrigo. Era un puerto natural, tan protegido, ciertamente, como el interior de una oreja humana.
Norman Mailer, Los tipos duros no bailan

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