jueves, 8 de diciembre de 2011

13 de diciembre: NY 50s


Galardonado con el Pulitzer en 1976 por la novela que comentaremos y unos meses después con el Nobel, el reconocimiento mundial de Bellow llegó tarde aquí; al parecer, malas traducciones tuvieron la culpa. Sucede con muchos autores pero, en este caso, “la mala traducción no se limitaba a dificultar la lectura, sino que la transformaba en algo inexplicable: una delicada sinfonía mental que era interpretada por una orquesta cuyos miembros hubiesen intercambiado sus instrumentos”, según el crítico literario Pablo Martínez Zarracina, que resume la grandeza de Bellow en tres grandes rasgos: una erudición incontenible, un estilo apabullante y unos personajes memorables a la vez que humanos.
Junto con Las aventuras de Augie March, Herzog y Más mueren por desamor, publicadas al ritmo de una por década, El legado de Humboldt constituye una de las grandes novelas de Bellow, “el Eclesiastés reescrito en versión humorística”, según Philip Roth. En todas ellas, afirma otro estudioso del autor, Bellow sigue un mismo esquema narrativo: “El típico protagonista belloviano, alter ego del propio Bellow, está en conflicto permanente con una mujer a la que adora aunque se siente maltratado y vampirizado por ella; a su vez se entretiene con una o varias amantes; lucha dialéctica y trágicamente por salvarse y por salvar a la humanidad, fracasando cómicamente en este empeño y quedando en estado de suspensión final.” Aquí os dejamos con Charlie Citrine, divaga que te divaga recordando a su viejo amigo Humboldt Fleisher:

Me gustaría saber por qué soy tan leal con los muertos. Oyendo hablar de sus muertes, a menudo me digo que debo seguir adelante en su nombre y hacer su trabajo, terminar su tarea. Naturalmente, eso no podía hacerlo. En lugar de ello, me encontré con que algunas de sus características comenzaban a imprimirse en mí. A medida que avanzaba el tiempo, por ejemplo, descubrí que me iba convirtiendo en un ser absurdo al estilo de Von Humboldt Fleisher. Cada vez más, se hizo evidente que él había actuado como mi agente. Yo mismo, una persona de amable disposición, había tenido a Humboldt expresándose salvajemente por mi culpa, por satisfacer alguno de mis deseos. Esto explicaba mi inclinación hacia ciertos individuos: Humboldt o George Swiebel, e incluso una persona como Cantabile. Este tipo de delegación psicológica puede tener sus orígenes en el gobierno representativo. Sin embargo, cuando un amigo expresivo moría, las tareas delegadas volvían a mí. Y como yo era también el delegado expresivo de otras personas, esto acaba por convertirse en un auténtico infierno. ¿Continuar por Humboldt? Humboldt deseaba rodear de resplandor al mundo, pero no disponía de suficiente material. Sus intentos terminaban en el vientre. Lo que colgaba debajo, desnudo y peludo, es bien conocido. Humboldt era un hombre encantador y generoso, con un corazón de oro. No obstante, su bondad era la clase de bondad que actualmente la gente considera anticuada. El resplandor que él conocía era el resplandor vetusto, y escaseaba. Lo que necesitábamos era enteramente una nueva luz.
Saul Bellow, El legado de Humboldt

Más sobre Bellow en:
  • "Saul Bellow, entre el modernismo y el posmodernismo", por Francisco Javier González, en VVAA: Actas de las primeras jornadas de lengua y literatura inglesa y norteamericana (Logroño, 1990). Pese a que la crítica ha incluido a Bellow en el modernismo, el posmodernismo, el realismo tradicional, el naturalismo americano e incluso el neorromanticismo, según el autor, Bellow no encaja bien en ninguna de esas corrientes, aunque tiene algo de todas ellas.
  • "El legado de Bellow", por Pablo Martínez Zarracina, en El Correo. Artículo publicado con ocasión de la “magnífica traducción” de Vicente Campos para Galaxia Gutenberg de El legado de Humboldt , quizá la novela “más asombrosa” de Bellow.

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