martes, 5 de abril de 2011

12 de abril: Herida abierta


En 1991, gana el Premio Nacional de Poesía la obra de un autor casi desconocido. Tenía 81 años. El profesor de la Universidad de Deusto Juan Manuel Díaz de Guereñu realizaba su tesis sobre Juan Larrea cuando conoció a Luis Álvarez Piñer en 1983 y lo animó a publicar una antología de su obra poética, que el propio autor había condenado al silencio durante décadas.
En 1928, con 18 años, Luis Álvarez Piñer conoció a Gerardo Diego, profesor suyo en el Instituto Jovellanos de Gijón. Justo antes de la Guerra Civil publicó su primer poemario, Suite alucinada, influenciada por el creacionismo, movimiento en el que también se inscriben Diego y Larrea.
Adscrito al bando republicano, la guerra truncó su carrera. Escribió, no obstante, toda su vida. Tras su muerte, en 1999, Díaz de Guereñu por fin pudo publicar un secreto compartido con el poeta: Recordatorio de Ramón Cuesta, el libro en que Luis Álvarez Piñer reunió la prosas breves en que dejó anotados sus recuerdos de vencido en la Guerra Civil. Como recuerda el profesor en la introducción del Recordatorio, Piñer se negó repetidas veces a que fuera publicada en vida esta obra, que “comienza rememorando ‘la tarde última’, la de aquel 21 de octubre de 1937 en que Gijón cayó en manos del ejército nacional y Piñer emprendió con tantos otros la huida frustrada que lo había de conducir al campo de concentración”, explica Díaz de Guereñu: “Habla también de ‘la caída’ la noche del mismo día del Alicia, el pesquero en que hubo de embarcar tras haber perdido el barco en que debía haber sido evacuado, en su calidad de Secretario Técnico del Departamento de Propaganda del Consejo de Asturias y León, porque se entretuvo en destruir papeles que podían comprometer a sus subordinados. Se refiere luego al encierro en las bodegas del carguero Aríchachu, que navegó de puerto a puerto durante cinco días para eludir las inspecciones del Comité de No Intervención rumbo a Galicia, y a otras experiencias de prisionero. Y alude en fin a la noche del 7 al 8 de junio de 1938 en la que, pese a haber sido ya juzgado y absuelto de la acusación de rebelión militar ante el Tribunal n.º 1 de Asturias, en el campo de concentración de Camposancos, fue incluido en una saca de presos que fueron asesinados al amanecer, destino del que lo libró en última instancia la intervención de un falangista gijonés que lo conocía”.
La portada del libro se ilustra con un dibujo que realizó el poeta desde el campo. Esta entrada la cerramos con los párrafos finales de “Pequeño Beethoven”, la elegía en prosa de un compañero fusilado que Piñer redactó, al poco de su muerte, y que copiaron otros prisioneros de Camposancos:
En la hora final, el verde póstumo fue en sus ojos su huerto de los olivos. Las manos vacías, los brazos caídos por el peso del saludo infinito que ya no pudo dar. Y así hasta el borde de las sombras.
“La hora más oscura es la que precede al alba” repetía él gustoso. Y la luna no se atrevió, tal vez por ello, a caer sobre su frente cuando él se acostó, allí tan cerca, convencido por las cuatro o seis sílabas que para él pronunciaron los fusiles.

El alba venía, en efecto, detrás, desinteresada, alegre, estúpida, como siempre, corriendo como loca, empujando las horas más sombrías. Y el viento en ella estaba tan lleno de cosas, que no se oían las notas finales de la balada, que terminaba allí, en el piano abierto de sus dientes que sonreían.
Luis A. Piñer, Recordatorio de Ramón Cuesta

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1 comentario:

Caro dijo...

Ánimo, Caro