martes, 7 de julio de 2009

14 de julio: Las diversas caras de la luna


Fue íntimo de Charles Dickens y uno de los escritores más conocidos de su tiempo, pero la fama de Wilkie Collins decayó a su muerte mientras que la de su amigo crecía exponencialmente. Borges atrajo la atención sobre él al confesar que había sido una de sus mayores influencias; así se refirió a la novela que comentaremos: “La Piedra Lunar no sólo es inolvidable por su argumento, también lo es por sus vívidos y humanos protagonistas: Betteredge, el respetuoso y repetidor lector de Robinson Crusoe; Ablewhite, el filántropo; Rosanna Spearman, deforme y enamorada; Miss Clack, la bruja metodista, Cuff, el primer detective de la literatura británica”. No obstante, la cita clásica sobre La piedra lunar, inevitable en las numerosas ediciones contemporáneas de la obra, se debe a T. S. Eliot, que la calificó como "la primera, la más larga y la mejor de las modernas novelas detectivescas de Inglaterra".
Para escribir La piedra lunar, publicada por entregas en una revista fundada por Dickens, Collins utilizó recursos que llegaron a ser arquetipos del género. A lo largo de una narración desde múltiples puntos de vista se va desplegando una colorida galería de personajes entre los que destacan dos secundarios: un injustamente desconocido precursor de Sherlock Holmes, el gran Cuff, y esa “bruja metodista” llamada Drusilla Clack, pariente pobre, solterona, beata y tan incomprendida... lo bastante hábil como para detectar que la calva de un familiar lejano es su particular termómetro del mal genio y lo suficientemente osada como para interrumpirlo durante su grado máximo de coloración:
La calva del señor Ablewhite comenzó a pasar del escarlata al púrpura. Jadeó buscando aire y empezó a mirar de un lado a otro, de Rachel al señor Bruff, tan furioso y frenético contra ambos, que no sabía a quién atacar primero. Su esposa, que se había estado abanicando imperturbablemente en su asiento hasta ese instante, trató, sin resultado alguno, de calmarlo. Yo había sentido, durante el curso de esta penosa entrevista, más de una llamada interior que instigaba a intervenir con unas pocas palabras juiciosas, pero me contuvo el temor de un posible desenlace completamente indigno de una cristiana inglesa cuyas miras se hallan puestas, no sobre lo que aconseja una mezquina prudencia, sino sobre lo que es moralmente justo. Al advertir la gravedad de la situación me elevé por encima de toda mera contemplación de las conveniencias. Si me hubiera yo dispuesto a intervenir mediante alguna amonestación de mi propia y humilde cosecha, es posible que hubiera vacilado. Pero la infortunada querella doméstica que se ofrecía ahora a mi vista contaba con una solución maravillosa y bellamente descrita en la correspondencia de la señorita Jane Ann Stamper… Carta número mil uno, titulada: "Paz en el Hogar". Me levanté, pues, en mi modesto rincón y abrí el precioso libro.
—Querido señor Ablewhite —dije—, ¡una sola palabra!
En el primer momento y al atraer por vez primera la atención de todos al levantarme, pude advertir que estaba a punto de decirme alguna grosería. Pero mi fraternal manera de dirigirle la palabra, lo contuvo. Clavó en mí sus ojos con un asombro pagano.
—En mi carácter de amiga y de persona bien intencionada —proseguí—, de persona que cuenta con una gran experiencia en lo que se refiere a despertar, convencer, preparar, iluminar y fortificar a sus semejantes, permítanme que me tome la más inocente de todas las libertades: la libertad de apaciguar su espíritu.
El señor Ablewhite comenzó a recobrarse, estaba ya a punto de estallar…, y hubiera sin duda estallado, frente a cualquier otra persona. Pero mi voz, habitualmente dulce, alcanza un tono alto en los momentos de apuro. En este caso concreto, por ejemplo, me sentí llamada a intervenir con un registro más alto que el suyo.
Levantando mi valioso libro frente a él, señalé con mi dedo índice en la página abierta. Fue impresionante.
—¡No son palabras mías! —exclamé interrumpiéndolo con mi ferviente estallido—. ¡Oh, no supongáis que reclamo vuestra atención para que escuchéis mis humildes palabras! ¡Maná en el desierto, señor Ablewhite! ¡Rocío sobre la tierra calcinada! ¡Palabras de consuelo, de sabiduría, de amor… las benditas, tres veces benditas, palabras de la señorita Jane Ann Stamper!
Wilkie Collins, La piedra lunar

Más sobre Wilkie Collins en:
  • Página personal dedicada a Wilkie Collins, de Manuel Barberán. Este turolense, amante del insigne ilustrador Segrelles y, cómo no, de Wilkie Collins, ha preparado una de las informaciones más completas en la Red sobre el autor y su obra en castellano. No hace falta que probéis el enlace al texto completo de las novelas, no funciona.
  • The Wilkie Colllins Pages, de Paul Lewis (en inglés). Aunque su contenido resulte un tanto decepcionante, el dominio de este sitio lleva el nombre del escritor y ha sido seleccionado como recurso web por la BBC y tiene dos estrellas de la Encyclopaedia Britannica (signifique lo que signifique).

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