lunes, 2 de mayo de 2011

10 de mayo: Tolstoi no ha muerto


“Hace 21 años, en 1985, la editorial Seix Barral, entonces dirigida por Mario Muchnik, publicó Vida y destino, de Vasili Grossman (...) Yo no tenía la menor idea de quién había sido Grossman, apenas se esbozaba la perestroika y empezaban a aparecer autores rusos hasta la fecha ignorados en Occidente, de modo que me enfrenté a la tarea con desconfianza”, recordó el escritor Horacio Vázquez-Rial, revisor de galeradas de aquella primera edición de la obra en España, en su comentario del libro Escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, la edición de los cuadernos de notas que el escritor ruso redactó durante la II Guerra Mundial mientras acompañaba al Ejército soviético. Hace tan sólo unos años, Gregorio Morán, en una sabatina intempestiva, pedía que Vida y destino se pusiera de nuevo en circulación "por el bien de la literatura". Y dos años después, Galaxia Gutemberg cogía el testigo y publicaba, ahora ya traducida del ruso, "la gran novela del sufrimiento humano del siglo XX", como la calificó el ensayista Xavier Antich en la presentación de esa segunda edición.

Escrita en los años 60, su autor no llegó a verla publicada en vida, la KGB confiscó los borradores, y sólo en los años ochenta se recuperó una copia del manuscrito y la novela se publicó fuera de la antigua Unión Soviética. Comparada con Guerra y Paz, la novela narra la historia de una familia rusa con el telón de fondo de la batalla de Stalingrado.

En el campo de concentración alemán, Mijaíl Sídorovich Mostovskói tuvo oportunidad, por vez primera después del Segundo Congreso del Kominterm, de aplicar su conocimiento de lenguas extranjeras. Antes de la guerra, cuando vivía en Leningrado, había tenido escasas ocasiones de hablar con extranjeros. Ahora recordaba los años de emigración que había pasado en Londres y en Suiza, donde él y otros camaradas revolucionarios hablaban, discutían, cantaban en muchas lenguas europeas.

Guardi, el sacerdote italiano que ocupaba el catre junto a Mostovskói, le había explicado que en el Lager vivían hombres de cincuenta y seis nacionalidades.

Las decenas de miles de habitantes de los barracones del campo compartían en mismo destino, el mismo color de tez, el mismo paso extenuado, la misma sopa a base de nabo y sucedáneo de sagú que los presos rusos llamaban “ojo de pescado”. Para las autoridades del campo, los prisioneros solo se distinguían por el numero y el color de la franja de tela que llevaban cosida a la chaqueta: roja para los prisioneros políticos, negra para los saboteadores, verde para los ladrones y asesinos.

Vasili Grossman, Vida y destino

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