martes, 1 de marzo de 2011

8 de marzo: Memorias de niñez


Aunque no brille en las etiquetas de este blog, Sartre ha sido muy citado en las reuniones de novelantes, sobre todo las últimas (y eso que ya no nos acompaña su principal valedor, aquel que proclamara, en celebrada frase, “yo soy más de Camus y Sartre”). En la sesión de Calígula decidimos que, tanto hablar de él con relación a Camus, bien merecía la suya propia.

El verano pasado, Gallimard publicaba Las palabras, junto con otros escritos autobiográficos de Sartre. Es la resaca del lanzamiento de sus obras completas realizado en 2005, con ocasión del centenario de su nacimiento. “El manuscrito definitivo de Las palabras fue constituido en 1963 muy rápidamente a partir del material existente de Juan sin tierra —comenzado 10 años antes y foliado por Simone de Beauvoir—, retomado o retrabajado y completado con nuevas páginas. Los colores de tinta diferentes, los papeles más o menos amarilleados, cuadriculados la mayoría, permiten apreciar dos épocas distintas de escritura importantes que se distinguen por el trabajo de estilo”, según se explicaba en la exposición que le dedicaron en la Biblioteca Nacional Francesa dentro de los fastos del centenario; por aquí, su figura, un tanto desvaída, fue reivindicada entonces: Joan de Sagarra hablaba de lo olvidado que había quedado el Sartre autor frente al Sartre pensador en un artículo publicado en La Vanguardia (“¿Qué hacemos con Sartre?”, 25 de mayo 2005) en el que repasaba su trayectoria, evolución ideológica y política, y explicaba que el primer libro que había leído de Sartre era La náusea pero recomendaba empezar a leerlo por Las palabras. Y a eso nos hemos puesto. Aquí os dejamos estos párrafos finales de la obra:

Estoy de vuelta, pero no he renegado: sigo escribiendo. ¿Qué otra cosa se puede hacer?
Nulla dies sine linea.
Es mi costumbre y además es mi oficio. Durante mucho tiempo tomé mi pluma por una espada; ahora conozco nuestra impotencia. No importa, hago, haré libros; es preciso. Son útiles, de todos modos. La cultura no salva nada ni a nadie, no justifica. Pero es un producto del hombre: el hombre se proyecta en ella, se reconoce; sólo este espejo crítico le ofrece su imagen. Por lo demás, este viejo edificio en ruinas, mi impostura, es también mi carácter; podemos deshacernos de una neurosis, pero no curarnos de nosotros mismos. Todos los rasgos del niño, desgastados, borrados, humillados, arrinconados, silentes, han quedado en el quincuagenario. La mayor parte del tiempo se aplanan en la sombra, acechan; al menor descuido levantan la cabeza y salen a la luz bajo un disfraz; pretendo sinceramente no escribir más que para nuestro tiempo, pero no me molesta mi notoriedad actual: no es la gloria, ya que vivo, y eso basta sin embargo para desmentir mis viejos sueños, ¿o será que sigo alimentándolos secretamente? Del todo, no; creo que los he adaptado; ya que he perdido la posibilidad de morir desconocido, me enorgullezco a veces de vivir mal conocido. Grisélidis no ha muerto. Pardaillan sigue habitándome. Y Strogoff. Yo no dependo más que de ellos, que no dependen más que de Dios y yo no creo en Dios. ¡Vaya uno a reconocerse! Por mi parte, no me reconozco, y a veces me pregunto si no estoy jugando al ganapierde y no me empeño en pisotear mis esperanzas de antaño para que se me devuelva todo multiplicado por cien. En tal caso yo sería Filoctetes: este cojo magnífico y apestoso que dio hasta su arco sin condiciones, pero, subterráneamente, puede estarse seguro de que espera su recompensa.
Jean Paul Sartre, Las palabras
Más sobre Sartre en:
  • "Sarte", exposición online. Sitio web de la exposición de la Biblioteca Nacional Francesa dedicada al autor en el centenario de su nacimiento. Entre otros materiales, imágenes del manuscrito de Las palabras.
  • "Conversación con Jean-Paul Sartre", por Jorge Semprún, en Cuadernos de Ruedo ibérico. La web Filosofía.org nos ha permitido rescatar una entrevista hecha al autor en 1965.