martes, 28 de septiembre de 2010

14 de octubre: Japón cercano


¿Por qué novela habéis empezado a leer Murakami? Si, como le sucede a algunos novelantes, fue Tokio Blues vuestro primer contacto con el archifamoso autor japonés, os estáis equivocando... Dadle una oportunidad aKafka en la orilla, según la novelante que la ha propuesto para octubre, no os arrepentiréis: "Yo de Murakami me leería hasta la lista de la compra; soy uno de esos lectores 'rendidos y encantados' de los que hablaba hace años Rodrigo Fresán en Babelia. Y a mucha honra. Porque yo no leí por primera vez a Murakami porque estuviera de moda (que no lo estaba), porque fuera un éxito de ventas (que no lo era aún) o porque me chiflara el sushi (que no me chifla). No, señor. Leí Kafka en la orilla porque a mi mejor amigo le encantan los gatos y la portada de la novela me 'llamó a gritos' en una librería cuando buscaba un regalo para él. Y lo leí a pesar de que estoy totalmente en contra de que los gatos hablen y de que llueva cualquier cosa que no sea agua. A continuación, seguí leyendo todas y cada una de sus obras traducidas al inglés/español. Estadísticamente, mi amigo y yo no tenemos mucho peso; pero eso no me ha impedido recomendar siempre que se me ha preguntado que se empiece la lectura de este autor justamente por Kafka en la orilla, la novela que me parece más accesible y seductora, siendo al mismo tiempo una de las más redondas y conseguidas. Mis sondeos indican que quienes han comenzado por Norwegian Wood (traducida con el horrible título de Tokio blues) no han seguido leyendo a Murakami (me temo que no tengo datos sobre los lectores que han empezado por otras novelas, mi sondeo deja mucho que desear).
Ya sé que estoy divagando mucho; va a ser mejor que os leais la crítica de Fresán, que dice justo lo que yo quiero decir, pero bien. Fresán formula brillantemente la distinción intuitiva que los lectores de Murakami hacemos entre sus novelas. Por una parte tenemos 'los bosques de senderos claramente trazados por la fuerza avasalladora de amores correspondidos o no' (como Norwegian Wood o Al sur de la frontera, al oeste del Sol) y, por otra, 'los bosques impredecibles y salvajes en los que hay que abrirse paso a golpe de machete, sin ayuda de brújula alguna, y en los que puede suceder cualquier cosa' (como La caza del carnero salvaje o Dance Dance Dance). A esta última categoría pertenecería la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (mi preferida), así como la sorprendente y altamente desconcertante (que en una obra de Murakami ya es rizar el rizo) El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, que es prácticamente una novela de ciencia-ficción. Para Fresán, Kafka en la orilla sería 'lo mejor de ambos modelos'. Me quedo con su definición de esta novela: 'un libro extraño -un mundo nuevo- que divierte, emociona, da miedo, hace reír, intriga y, por último pero no en último lugar, desconcierta. No se le puede pedir más a una novela.' Lo dicho."
A medida que mis músculos se endurecían como el metal, me iba convirtiendo en una persona callada. Intentaba evitar que las emociones se me traslucieran en el rostro, me entrenaba para ser capaz de impedir que profesores y compañeros de clase adivinasen qué estaba pensando. Pronto entraría en el cruel y agresivo mundo de los adultos y tendría que sobrevivir en él yo solo. Debería ser más fuerte que nadie.
Al mirarme al espejo descubría en mis ojos la frialdad de los ojos de un lagarto, veía cómo mi rostro se había vuelto más duro e inexpresivo. Pensándolo bien, hacía tanto tiempo que no me reía que ni recordaba cuándo había sido la última vez. Ni siquiera sonreía. Ni a los demás ni a mí mismo.

Pero no siempre podía salvaguardar ese apacible aislamiento. En ocasiones, el alto muro que debía protegerme se desmoronaba sin más. No sucedía con frecuencia, pero a veces ocurría. Antes de que pudiera darme cuenta, la pared había desaparecido y yo estaba expuesto completamente desnudo al mundo. En esas ocasiones me sentía confuso. Terriblemente confuso. Además, allí había una profecía. Allí había una profecía semejante a las aguas negras.
Haruki Murakami, Kafka en la orilla
Más sobre Murakami en:
  • "Juguemos en el bosque", por Rodrigo Fresán, en El País. Critica de la novela en Babelia a cargo de Rodrigo Fresán.
  • Web de Murakami. ¿Os gustaría escuchar piezas de música a las que Murakami se refiere en sus novelas? Aunque está en inglés, sólo por el diseño, la entre hipnótica y rayante melodía de fondo y algunas chocantes secciones vale la pena la visita a su web.
  • Sección dedicada a Murakami en la web de Tusquets. Contenido, poco, pero el diseño, es, ciertamente, pasmoso.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Sobre el 14 de septiembre: Ian McEwan


Las marcas de rotulador fluorescente resultaron insuficientes para argumentar las conclusiones expresadas sobre Sábado, la novela de Ian McEwan a la que hemos consagrado septiembre. Y el caso es que, como se comenta en la entrada anterior, hubo un montón de temas de los que ni llegamos a hablar: “Muy curiosamente no hablamos del partido de squash a pesar del paralelismo que yo creo que tiene con el tema de la manifestación antibélica.”

Aprendiz de neurocirujano
“Al principio me entusiasmó. Las 150 primeras páginas parecen escritas en estado de gracia”
“En la segunda lectura me ha gustado menos, porque ya sabía dónde estaba lo interesante”
“Todo fluye”
“Es sorprendente su dominio de la neurocirugía. Joseph Conrad escribe sobre el mar, pero había sido marino”
“Estuvo dos años presenciando el trabajo de un neurocirujano”
“Sigue el modelo literario de Ulises y Mrs. Dalloway: el relato de un día”
“Es un escritor muy profesional, con mucho oficio, pero no me ha gustado, está bien escrita, pero hay docenas de novelas cada año mejor escritas que no se publican”
Ciencia vs. literatura
“Es una novela de tesis, aporta una visión del mundo, toda la trama está a su servicio para justificarla. Está repleta de mensajes maniqueos. Uno de ellos sería la confrontación ciencia vs. literatura: adaptados y no adaptados a esta sociedad. A los de letras se los presenta como unos amargados”
“El papel de la ciencia me parece similar al de las novelas de ciencia ficción, cómo se emplea para analizar de forma crítica a la sociedad”
“Es significativo que el protagonista tenga una madre con Alzheimer, es una manera de expresar la impotencia de la ciencia”
“En esta novela hay muy pocas cosas casuales”
“La lectura del poema que ablanda a Baxter es lo que más resbala en la novela”
“Resbala desde el punto de vista de la verosimilitud, pero encaja en el plan de la obra”
“Es una apuesta filosófica, se hace un inventario de ideologías fracasadas frente a las que se opone el conocimiento científico: el perfecto burgués va criticando las diversas utopías, todo el libro es una diatriba contra las utopías”
Perowne y la erótica de la propiedad
“Es una novela muy neutral en el lenguaje, pero muy dura en el fondo”
“Retrata un modelo de felicidad que contiene un elemento de propiedad. El nombre del protagonista no es casual: Perowne expresa la erótica de la propiedad, sólo hay que ver cómo habla de su Mercedes S500”
“La familia Perowne reúne todos los conocimientos de la civilización occidental: derecho, ciencia, lírica y música”
“Como sucedió en su día con Shólojov o Mann, McEwan es un escritor del sistema, encarna lo mejor que produce una sociedad”
“Es un escritor de derechas. Las opiniones que expresa en entrevistas son un trasunto de lo que expresa Perowne en la novela”
“La derecha más civilizada y la más peligrosa, más Blair que Thatcher”
“El personaje de Baxter es el engranaje que da cuerda a la novela. Supone introducir la lucha de clases”
“Es el modo de expresar la imposibilidad de sacar a las clases inferiores de su sufrimiento, no podemos eliminarlo, pero sí mitigarlo”

Una jornada de opiniones contundentes frente a las cuales el novelante que propuso la novela planteó “releer en contra de nuestras conclusiones para comprobar que se puede leer de otra manera, de la manera contraria”.

jueves, 9 de septiembre de 2010

14 de septiembre: Londres, otra vez


Tras el descanso vacacional, ánimo, siempre nos quedarán los fines de semana. Empezamos el curso con Sábado, de Ian McEwan. Con vosotros, el novelante que la propuso: "Este mes tenemos a un escritor educado, fino con las formas y, sin embargo, con un montón de opiniones polémicas que no se corta a la hora de exponer. ¿Es de derechas? Pues yo diría que un poco... pero, chicos, ¡que bien redacta! Se atreve a decir que no le interesa la vida de los marinos tal como la explica Conrad, habla mal del estilo literario de Henry James y clasifica Madame Bovary como cuento para adultos, todo ello muy objetable.
A McEwan le interesa la vida de alguien apegado al suelo, realista, y se mete a describir operaciones de neurocirugía como si hubiese estado presente. Y le salen textos muy creíbles, pero para mí lo mejor de su prosa está en la simple descripción de la vida cotidiana. Como muestra, propondría que viésemos como fluye el primer párrafo de la novela, entrelazando sentimientos con acciones objetivas".
Al despertar, horas antes del alba, Henry Perowne, neurocirujano, descubre que ya está en danza, aparta las mantas de su postura sedente y se levanta. No sabe con certeza el momento exacto en que ha despertado, pero tampoco le importa. Nunca ha hecho algo así, pero no se alarma y ni siquiera se sorprende un poco, porque el movimiento de sus miembros es ágil y placentero y nota una fuerza insólita en la espalda y las piernas. De pie y desnudo junto a la cama —siempre duerme desnudo—, siente su plena estatura, la respiración paciente de su mujer y el aire invernal del dormitorio en la piel. Lo cual también es una sensación placentera. El reloj de la mesilla marca las tres cuarenta. No sabe qué está haciendo levantado: no necesita aliviar la vejiga, no le perturba un sueño, tampoco un elemento del día anterior ni el estado del mundo. Es como si, ahí en la oscuridad, saliendo de la nada se hubiese materializado entero, completo, sin impedimentos. No está cansado, a pesar de la hora o de los trabajos de la víspera, ni le turba la conciencia ningún caso reciente. De hecho, está despabilado, tiene la mente en blanco y le embarga un júbilo inexplicable. Sin una decisión tomada, sin que le mueva un propósito, se dirige hacia la más cercana de las tres ventanas del dormitorio y siente su paso tan fácil y liviano que sospecha al instante que está soñando o sonámbulo. Si es así, sufrirá una decepción. Los sueños no le interesan; que esto sea real es una posibilidad más enjundiosa. Y sabe seguro que es totalmente él mismo, y sabe que está despierto: conocer la diferencia entre esto y despertar, conocer las fronteras, es la esencia de la cordura.

Ian McEwan, Sábado

Más sobre McEwan en: